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Herencias Políticas: ¿Democracia o Dinastía?

Foto del escritor: Javier GarcíaJavier García
democracia o  dinastía
Imagen de IA

En esta política mexicana, donde la democracia participativa es una bonita teoría de libros, lo que verdaderamente funciona es la herencia del poder.


Porque claro, ¿quién mejor para gobernar que los hijos de aquellos que han estado en el poder durante décadas? Si algo nos ha enseñado el viejo sistema es que los apellidos pesan más que los votos.


Y así lo demuestran, con elegancia y orgullo, todos los que están en el poder hoy.

La lección la aprendieron bien: no hay nada más conveniente que vivir del pueblo “bueno y sabio”, ese que con una sonrisa complaciente les aplaude en cada rincón del país.


Porque en México, ser de la clase aplaudidora es el verdadero logro, y las estructuras partidistas, esas que deberían promover la participación democrática, están ahí… de adorno. Como dirían, “bien, gracias”.

El PRI, por supuesto, nos enseñó el camino. Y los fieles vasallos de esa vieja escuela, hoy pintados de diferentes colores partidistas, siguen aplicando lo aprendido: heredar el poder como si fuera un negocio familiar.


Pero claro, ¿quién va a cuestionar los resultados? Si al final lo más conveniente es que todo quede en familia. Y así, nombres como los Zavala, Madrazo, López Obrador, Pech, Murat, Yunes, entre muchos otros, nos recuerdan que en México, más que democracia, tenemos un sistema de dinastías políticas.


Y es que, ¿cómo romper una tradición tan valiosa? ¡Imposible! Si lo mejor que ha dado el pueblo sabio es ser parte de un sistema donde las herencias políticas son el único legado que importa.

¿El pueblo está cansado? Tal vez.

Pero como el tiempo siempre juega a favor de los que tienen el poder, el pueblo tiene memoria a corto plazo.


Así que, ¡vamos por más herencias! Más apellidos en los espacios de gobierno, más regidores, diputados, secretarios y demás cargos que, sin duda, ya están ocupados por los herederos del sistema.

En cada rincón de México, los ejemplos sobran. ¿Y qué decir de Jalisco? Porque la lista sigue y sigue, como en una telenovela donde los personajes cambian de traje, pero no de apellido. La conclusión es clara: no importa quién gobierne, sino de quién es hijo.


Al fin y al cabo, el poder en México no se elige, se hereda. Y así, mientras el pueblo sabio sigue aplaudiendo, las dinastías políticas siguen construyendo su imperio, con una sonrisa en la cara y el aplauso de fondo. Porque, al final, no hay nada mejor que vivir del sistema… y del pueblo bueno y sabio.


 

 

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