"México en números rojos: Hipotecar el futuro el nuevo costo del sexenio”
- Armando Javier Garcia

- 17 oct
- 3 Min. de lectura
En política, los discursos cambian, pero las prácticas se repiten.
El nuevo gobierno federal, heredero directo de la llamada “Cuarta Transformación”, parece haber encontrado en el endeudamiento y la recaudación su principal tabla de salvación frente a la crisis que dejó su propio proyecto político.
Hoy, el país se enfrenta a una paradoja: quienes prometieron rescatar a México del modelo neoliberal han terminado aplicando su versión más agresiva —más impuestos, más deuda y más control— bajo el argumento de “saneamiento financiero”.
Pero lo que se está saneando no son las finanzas, sino la narrativa. Y mientras se maquilla la realidad con cifras optimistas, los hogares mexicanos viven una economía que ya no da tregua.

Rubén Moreira, coordinador del PRI en la Cámara de Diputados, denunció que la Ley de Ingresos 2026 profundiza la crisis económica, duplicando la deuda nacional en apenas siete años de 10.5 billones en 2018 a más de 20 billones proyectados para 2026 Más allá de la trinchera partidista, los datos duelen por sí solos: México está hipotecando su futuro a cambio de sostener un relato político.
El gobierno no está resolviendo una crisis, está postergando su colapso. Y el costo lo pagarán las generaciones que aún no votan, pero que ya están endeudadas.
El dilema no es técnico, es moral. Porque endeudar a un país sin un plan claro de crecimiento no es gestión financiera, es irresponsabilidad política.
Los nuevos gravámenes —justificados como “impuestos saludables”— no corrigen los males estructurales del país.
Solo amplían la brecha entre quienes producen y quienes dependen del Estado.
Más preocupante aún es la persecución fiscal, disfrazada de justicia recaudatoria.
En un entorno donde la corrupción sigue impune, el gobierno elige ir contra los mismos contribuyentes que sostienen la economía.
El mensaje es claro: pagar más, producir menos y confiar ciegamente.
México no necesita más impuestos: necesita más inteligencia económica.
La carga tributaria sin incentivos solo empuja a la informalidad y fortalece la economía criminal —esa que hoy ya mueve el 30% del mercado del tabaco, según el Colmex.
El actual gobierno repite el error de los regímenes que tanto criticó: utilizar la deuda como símbolo de fortaleza en lugar de reconocerla como síntoma de debilidad. Se endeuda más para financiar proyectos políticos, no productivos. Y cada peso destinado a las obras faraónicas del sexenio es un peso menos para salud, educación o desarrollo tecnológico.
Mientras tanto, la inflación se mantiene, la inversión extranjera se desacelera y la confianza empresarial se disuelve. México, en vez de mirar al futuro, vive de refinanciar su pasado.
El problema de fondo no es económico, sino de modelo. Morena heredó un país con enormes retos estructurales, pero en lugar de replantear el rumbo, repite la receta del poder centralizado: controlar, recaudar y repartir, como si el gasto público fuera una herramienta de lealtad política y no de desarrollo nacional.
Y así, entre el populismo fiscal y el endeudamiento histórico, se desvanece la promesa de cambio.
En esta etapa de gobierno, no solo hay aumento de impuestos: también hay pérdida de libertad. El “nuevo modelo fiscal” no busca recaudar para crecer, sino controlar para perpetuar. Cuando la recaudación se convierte en vigilancia, y la deuda en narrativa de poder, ya no se trata de finanzas públicas… sino de soberanía. Porque un país que vive endeudado no solo pierde su estabilidad económica: pierde su independencia política.











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