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“El nuevo disfraz del poder y la doble moral moderna: donde se justifica el fracaso”

El nuevo disfraz del  poder
El nuevo disfraz del poder

En el tablero internacional contemporáneo, el discurso socialista ha cambiado de forma. Ya no se presenta como una alternativa de justicia o igualdad, sino como una narrativa emocional que utiliza el sufrimiento ajeno como herramienta política.

El ejemplo más reciente es la guerra en Palestina.

 

El conflicto entre Israel y Hamás, más allá de su complejidad histórica, se ha transformado en el símbolo de una guerra narrativa global.


El bloque geopolítico del Occidente, encabezado por Estados Unidos, y el bloque  Oriente, representado por Rusia, Irán y China.


En todo esto hay algo más profundo: la instrumentalización ideológica del dolor. México, sin declararlo abiertamente, se ha sumado a esta misma lógica.


El senador Gerardo Fernández Noroña anunció su visita a Palestina con el argumento de promover la paz y denunciar el genocidio. Un gesto que, a primera vista, parece noble.


Sin embargo, la coherencia se desvanece cuando se observa el trasfondo político.

El viaje de Noroña, financiado por el gobierno de los Emiratos Árabes Unidos,  que por cierto tiene una agenda propia en Medio Oriente,  revela algo más que solidaridad: una maniobra diplomática diseñada para ganar visibilidad internacional y reforzar la narrativa de un bloque político que busca posicionarse como “voz moral” frente al mundo.


México, al permitir esta representación, asume una posición dentro de ese escenario geopolítico.


Noroña no viaja como un actor independiente ni movido por una causa humanitaria; lo hace como parte del grupo político que hoy detenta el poder.

Su discurso se alinea con una red de gobiernos de corte socialista —como los de Nicolás Maduro, Miguel Díaz-Canel y Gustavo Petro— donde la palabra pueblo ha dejado de ser un ideal emancipador para transformarse en un emblema emocional que justifica el control interno y normaliza la obediencia bajo el disfraz de lealtad popular.


En los últimos años, estos liderazgos de izquierda latinoamericanos han coincidido más en el método que en la ideología.

En Irán, país aliado de ese mismo eje político, las mujeres viven bajo leyes teocráticas: deben cubrirse obligatoriamente, no pueden decidir libremente sobre su vida pública, y muchas activistas son encarceladas.


En América Latina, el patrón se repite con otros nombres y justificaciones.

  • Petro concentra poder.

  • Díaz-Canel habla de resistencia mientras el pueblo cubano sobrevive entre la represión y la escasez.

  • Maduro denuncia intervencionismo, pero sostiene un aparato militar que silencia la disidencia.

  • Sheinbaum apela al “pueblo bueno” mientras reduce la autonomía institucional bajo el argumento de la transformación.


Y ahora, el representante de México en este escenario  amplifican ese relato desde el escenario internacional, adoptando causas globales como vitrinas de virtud moral.


El problema no es la causa palestina, sino su uso simbólico como vehículo para manipular la narrativa política.


Mientras se condena la violencia israelí, se guarda silencio ante la represión en Nicaragua o Cuba.

Mientras se exige justicia internacional, se normaliza la censura y la persecución política en nombre del pueblo.


El senador Noroña viaja a Palestina para hablar de paz, pero calla frente a la guerra silenciosa en su propio país: las madres que buscan a sus hijos, los líderes campesinos que mueren por exigir tierra, los luchadores sociales que se desvanecen en el olvido institucional.


La doble moral es evidente: el socialismo moderno se proclama humanista, pero su práctica descansa en el control y la sumisión. Palestina, en este tablero, se ha convertido en una moneda moral dentro de la pugna por el poder global.


Rusia e Irán, aprovechan el conflicto para debilitar a Occidente y fortalecer su imagen ante el “sur global”.

Ninguno actúa por compasión: cada bomba, cada discurso, cada condena es parte de una estrategia.


Rusia apoya a Irán y a Hamás no por solidaridad, China es más silenciosa, juega el papel más  pragmático, mientras consolida su liderazgo económico y militar en la sombra.

Lo que hoy se libra es  una batalla moral por el poder: ¿quién define qué es justicia, soberanía o libertad?


El socialismo latinoamericano ha sabido aprovechar ese terreno.

Su estrategia es simple: adoptar causas globales para justificar fracasos internos, usar la voz del pueblo para acallar la crítica y convertir la política exterior en un espejo emocional.


Por eso, el viaje de Noroña no es un acto de compasión, sino parte de una coreografía discursiva que busca mantener viva la ilusión de un socialismo “humanista”, mientras en la práctica se reproducen las mismas estructuras de poder y censura.

 

El socialismo del siglo XXI no combate la injusticia: la administra, la convierte en escenario moral para perpetuar su dominio político.


Y así, mientras los pueblos siguen pagando con sangre las consecuencias de estas disputas, los líderes construyen su narrativa de redención ante un mundo confundido entre la justicia y la propaganda.


Pero, al final, la paz , como la verdad, no necesita voceros oficiales. Solo coherencia.

Y en la política actual, la coherencia es el recurso más escaso.


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