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Tristán e Isolda vio la luz con éxito en el Teatro Cervantes de Málaga

Fotos: Daniel Pérez/ Teatro Cervantes
Fotos: Daniel Pérez/ Teatro Cervantes

Montar cualquier ópera es complicado;  y estrenar por primera vez en su historia del Teatro Cervantes de Málaga, “Tristán e Isolda”  de Richard Wagner es un gran reto.


Del cual salieron con acierto  en el marcó del inicio de  la  37ª Temporada Lírica. Al final recibieron la ovación de los asistentes que  mantuvieron el aforo completo durante las más de cuatro horas que duró. Sin duda alguna se disfrutó de una velada de calidad musical y vocal, a pesar de algunas reservas escénicas, pero sin dudar  cumplió ampliamente con las altas expectativas.



El punto central de la función fue, sin duda, el nivel musical. La Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM), bajo la batuta del maestro Pedro Halffter dio su talento en cada acto. La experiencia  de  Halffter se impuso y  desplegó una lectura intensa y matizada de la partitura wagneriana. Su batuta  supo manejar la inmensidad sonora y la complejidad armónica, manteniendo la tensión dramática que exige la obra. Y resaltó la calidad de los músicos.


Fotos: Daniel Pérez/ Teatro Cervantes
Fotos: Daniel Pérez/ Teatro Cervantes

Y qué decir del  elenco de intérpretes  que estuvieron excelentes, demostrando el acierto en la elección de un reparto internacional. La soprano Lianna Haroutounian como Isolde y el tenor Michael Weinius como Tristán, entregaron unas interpretaciones  poderosas que sus voces impactaron, sin embargo la dirección escénica corta ante los desafíos  que presenta está ópera  monumental.


También destaca la participación de Clémentine Margaine (Brangäne), que sorprendió con su canto  en el segundo acto. Su voz es protagonista y es quien pone el aviso a los enamorados, Marko Mimica (El rey Marke) su presencia en el escenario roba la mirada, su voz hace temblar el teatro y se planta en el escenario.


La producción escénica fue  proveniente del Maestranza sevillano, estuvo firmada en la dirección teatral y la escenografía por Allex Aguilera y en la videocreación, uno de los atractivos de la propuesta, por Arnaud Pottier. 


En tiempos actuales la utilización de la videocreación da vida moderna a las puestas en escena. En “Tristán e Isolda” se disfrutó de imágenes que bien admiras el  paisaje marino, en perpetuo movimiento,  un jardín mágico, saturado de colores vibrantes y una atmósfera onírica. Es una  escenografía testigo del  amor como la misma muerte.


Sin embargo la dirección escénica se quedó estática. Los actores tenían que soportar momentos sin moverse o la pobre Isolda tirarse al suelo varias veces.


Pero para Allex Aguilera, dirección de escena y escenografía indica que:

“La partitura encierra en sus pliegues toda la gama de sentimientos que unen a los amantes: el anhelo que palpita en cada intervalo, la desesperación que se despliega en cromatismos infinitos. No rehúyo el estatismo en Tristán e Isolda, al contrario, lo abrazo. Nuestra labor no es inventar, sino revelar; guiar a estos cuerpos hacia su encuentro fatal, ese abrazo que desde el primer acorde sabemos terminará en la transfiguración por la muerte”.
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Lo que salvó estos detalles fue la calidad  musical y vocal de los intérpretes. Lo que me sobró fue la participación de Daniel Arenas, sin duda alguna buen bailarín. 

Tal vez ahora por contrato se tenga que incluir la danza en la ópera, yo creo que no. Pero para gusto los colores. Lo que sí fue un acierto en la escenografía fue la corona gigante que flota en el escenario y después sirve como protección a Isolda y Tristán al ser descubiertos. 


Voceros explicaron que inspirada simultáneamente en una leyenda medieval de origen celta, en el inconfesable amor del compositor por Mathilde Wesendonck, esposa de uno de sus mecenas, y en la filosofía de Arthur Schopenhauer en concreto de su libro


El mundo como voluntad y representación–, Tristan und Isolde constituye la cumbre del drama musical wagneriano. Gracias al innovador uso del cromatismo, la tonalidad, el color orquestal o la suspensión armónica, Wagner abanderó con este título la vanguardia musical de su tiempo. Tristan und Isolde es una obra maestra que desafió las convenciones operísticas, que desde entonces nunca volverían a ser las mismas. El primer acorde de la partitura, conocido como ‘acorde de Tristán’, se considera clave en el desarrollo de la armonía tonal tradicional abriendo la puerta a la música atonal del siglo XX.

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