El relevo en la FGR: ¿instrumento de poder o simple transición?
- Armando Javier Garcia

- hace 3 días
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La salida de Alejandro Gertz Manero de la Fiscalía General de la República podría ser un episodio que revela, con crudeza los gestos calculados, la lógica de poder que impera en el país.
La renuncia, colocada con precisión en el momento en que estallan señalamientos sobre contratos cuestionados, acuerdos dudosos con testigos protegidos y tensiones internas, no responde a una simple casualidad.
Es la escenificación de un patrón donde la crisis no se resuelve desde la ley, sino desde la conveniencia política.
La inminente entrada de Ernestina Godoy Ramos, figura identificada con el proyecto dominante, confirma que no se trata de un movimiento técnico, sino de una maniobra quirúrgica destinada a blindar el control del aparato judicial en un instante en que la narrativa oficialista comienza a resquebrajarse.
Es difícil que un estratega se pueda confundir: las coincidencias, en política, suelen ser la forma más elegante de ocultar la intención.
El contexto que rodea este relevo ilumina el trasfondo. La filtración de la solicitud de orden de aprehensión contra Raúl Rocha, vinculado a proyectos empresariales que orbitan al poder, entre otros temas, que liga con el huachicol fiscal y la barredora.
Toda esta casualidad aceleró una crisis que ya llevaba tiempo respirando bajo la superficie.
Rumores de acuerdos, presiones internas y expedientes que incomodan al régimen. Colocaron al fiscal en una posición insostenible.
En el momento en que la tensión se volvió palpable, apareció la renuncia. Nada más elocuente: cuando un escándalo amenaza al proyecto, se sacrifica la pieza y se reorganiza el tablero, preservando aquello que importa de verdad.
La política mexicana, experta en travestir la intención bajo la solemnidad de la ley, volvió a demostrar que las formas son una ceremonia que nadie quiere interrumpir.
La Constitución establece que un fiscal solo puede ser removido por causas graves, pero la tradición nacional ha perfeccionado un mecanismo más sutil: forzar la renuncia sin romper la legalidad.
La conocida “salida honorable” hacia una embajada, ese destierro diplomático disfrazado de reconocimiento, es un viejo recurso.
El mensaje interno es inequívoco: quien coopera encuentra acomodo; quien estorba descubre cuán rápido puede prescindirse de él.
Gertz eligió la cooperación, y la puerta de salida se abrió sin resistencia.
El arribo de Ernestina Godoy es, en sí mismo, una declaración de principios. Su trayectoria y afinidad con el proyecto político Morena envían señales que no requieren traducción: continuidad ideológica, blindaje al oficialismo y control estratégico.
La Fiscalía, que en teoría debe encarnar la autonomía del Estado frente al poder político, se convierte así en un engranaje más de la maquinaria oficialista, un espacio donde la discrecionalidad puede moldear las investigaciones, suavizar tensiones internas y filtrar la verdad a modo con la precisión de quien administra el relato nacional.
Lo verdaderamente inquietante es la forma en que este episodio refleja la lógica del autoritarismo contemporáneo.
No un autoritarismo de tanques ni de golpes visibles, sino uno más sutil y perfeccionado: el que gobierna capturando a los órganos que deberían vigilarlo, el que reprime con silencios.
En este escenario, la pregunta que debería hacerse México no es “qué pasó”, sino “por qué ocurrió ahora”. La respuesta es menos compleja de lo que parece: la narrativa oficial se fracturó y las filtraciones golpearon en zonas sensibles: contratos petroleros, vínculos empresariales, debilidades internas.
La llegada de Godoy, por tanto, no puede interpretarse como una transición administrativa.
Es un símbolo, un mensaje de fuerza y, también, una advertencia.
La justicia abandona su lugar natural como árbitro para asumir el rol de brazo político en un momento en que el país vive entre el aumento de la violencia, el deterioro de las libertades y la descalificación automática de quienes cuestionan al régimen.
Lo que ocurre en la Fiscalía es un reflejo del rumbo hacia el que se inclina el país; la autonomía institucional se diluye más de lo que ya estaba. Así lo expreso antes Ernestina Godoy Y el peligro es para la sociedad si decide acostumbrarse a mirar sin actuar.












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