Emile Langberg: el danés que sirvió a Santa Anna, Juárez y Maximiliano
- José Luis Jaramillo Vela
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El danés que llegó a México en 1834 y terminó influyendo en el rumbo político y militar del país durante tres décadas.
Esta frase resume la enigmática vida de Edvard Emile Langberg Jacobsen,
Nacido en Copenhague en 1810, Langberg provenía de una familia aristocrática y culta.
Estudió leyes, dominó la música clásica y creció en el refinamiento de la nobleza danesa. Pero su destino cambiaría cuando decidió venir a México por invitación de su hermano Ludvig Langberg, quien había huido de Dinamarca tras un escándalo financiero.
Lo que Emile no sabía era que, al llegar, su hermano ya había sido asesinado, presuntamente por orden de Antonio López de Santa Anna.
A diferencia de su hermano, Emile demostró ser un hombre disciplinado y hábil para moverse en los círculos del poder.
Santa Anna, al conocerlo, lo acogió como aliado y lo convirtió en su colaborador cercano. Así, el joven abogado danés se transformó en Emilio Langberg, militar, profesor del Colegio Militar y arquitecto de un ambicioso proyecto: las “Ciudades Militares y Caminos Protectores”, plan destinado a poblar y proteger el norte del país.
Langberg se ganó la confianza del presidente y ascendió rápidamente en el ejército: de Capitán a General Brigadier, participando en guerras internas, en la defensa contra Texas y contra Estados Unidos.
Con el tiempo, su influencia creció tanto que fue enviado a Chihuahua, Sonora, Sinaloa y Coahuila como Jefe Político y Militar, con poderes superiores a los de los gobernadores locales.
Era, en los hechos, un extranjero gobernando regiones mexicanas.
Su poder despertó sospechas.
Algunos historiadores creen que Langberg pudo haber sido un agente extranjero, quizá un espía o un hombre con ambiciones propias.
Nunca se nacionalizó mexicano, pero tuvo acceso directo a presidentes y emperadores.
En su vida, sirvió con la misma facilidad a Santa Anna, Paredes Arrillaga, Juárez y Maximiliano, cambiando de bando según las circunstancias, aunque siempre conservando su posición de influencia.
Durante sus mandatos en el norte del país, promovió la cartografía, la ingeniería militar y el orden urbano. Fue miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y participó en la comisión que delimitó la frontera entre México y Estados Unidos después de la guerra de 1847, trabajando junto al general estadounidense Zenas Randall Bliss.
A pesar de su servicio, su figura siempre estuvo rodeada de ambigüedad: ¿era un aliado de México o un oportunista con intereses ocultos? Lo cierto es que su proyecto de Ciudades Militares fue retomado y legalizado por Benito Juárez, y más tarde sirvió de base para el desarrollo de las carreteras del norte mexicano.
El final de Langberg llegó en 1866, cuando fue abatido en combate por tropas juaristas en Guadalupe de Ures, Sonora, sirviendo entonces al Imperio de Maximiliano de Habsburgo. Murió como extranjero, en un país al que dio su inteligencia y su ambición, pero nunca su nacionalidad.
Emile Langberg representa una paradoja en nuestra historia: un extranjero con más poder que muchos mexicanos, un hombre culto que sirvió a todos los bandos y sobrevivió a casi todos.
Su vida nos obliga a preguntarnos qué tanto hemos permitido que el destino nacional sea decidido por intereses ajenos y, sobre todo, qué tan frágil puede ser la soberanía cuando la identidad se subordina al poder.
Porque conocer nuestra historia es también reconocer a quienes, desde fuera o desde dentro, movieron los hilos de México.
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