Extranjeros al grito de guerra II: mercenarios, filibusteros y aventureros extranjeros que intervinieron en las guerras de México
- José Luis Jaramillo Vela

- hace 5 días
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Hubo una época en la que México no solo luchaba contra invasores declarados, sino también contra aquellos que, sin bandera ni patria, vendían su espada al mejor postor. Hombres que vieron en nuestras guerras no una causa, sino un negocio. A ellos se les llamó mercenarios, filibusteros y aventureros; personajes que, desde las sombras, marcaron con sangre la historia de un país que apenas buscaba su destino.
Durante los primeros años de la independencia, cuando la patria era más idea que nación, muchos extranjeros llegaron seducidos por la promesa de gloria o fortuna. Algunos, como el español Xavier Mina, creyeron en la libertad de México y ofrendaron su vida por ella; otros, en cambio, vinieron movidos por el oro, la intriga o la ambición.
Así, entre idealistas y oportunistas, se escribió un capítulo de nuestra historia que aún hoy resuena con fuerza.
En las guerras civiles y los conflictos con potencias extranjeras, la figura del mercenario fue común. Ingleses, franceses, italianos, estadounidenses y hasta aventureros sudamericanos se ofrecieron para pelear, dirigir ejércitos o espiar, sin importar la causa, mientras el pago fuera justo. El propio Antonio López de Santa Anna recurrió a ellos más de una vez, lo que explica por qué sus ejércitos eran un mosaico de lenguas y lealtades frágiles.
El siglo XIX mexicano fue un campo abierto para este tipo de hombres. William Walker, el filibustero norteamericano que soñó con crear un imperio esclavista en Centroamérica, intentó también apoderarse de territorios mexicanos. En la Guerra de Reforma y la Intervención Francesa, combatieron bajo distintas banderas soldados de fortuna europeos y estadounidenses que cambiaban de bando según soplaban los vientos del poder.
Pero no todos fueron traidores. También hubo extranjeros que honraron a México con su lealtad. Ejemplo de ello fueron el general Giuseppe Ghilardi, italiano que dio su vida luchando contra los invasores franceses, y el médico español Pedro Vander Linden, quien sirvió al ejército republicano con dedicación y valentía. Ambos simbolizan esa rara fraternidad que surge cuando la libertad de un pueblo se convierte en causa universal.
Sin embargo, la sombra del interés y la ambición fue más persistente.
Muchos de esos soldados extranjeros no vinieron a liberar a nadie, sino a saquear o imponer su influencia sobre un país que aún no consolidaba su soberanía. Los gobiernos inestables, los caudillos ambiciosos y las pugnas internas abrieron la puerta a estos personajes que, con uniforme o sin él, terminaron sirviendo a intereses ajenos.
Este fenómeno no fue exclusivo del siglo XIX. En toda América Latina, los mercenarios y filibusteros fueron el rostro visible de las potencias que, bajo distintos pretextos, buscaban dominio económico o político. México, fragmentado y dividido, se convirtió en terreno fértil para sus maniobras. El resultado fue una nación herida, obligada a aprender que la independencia no solo se gana en el campo de batalla, sino también en la conciencia colectiva.
Los extranjeros al grito de guerra fueron, en el fondo, el reflejo de nuestras propias debilidades. Mientras hubo quienes vendieron su espada por monedas, también hubo mexicanos dispuestos a vender su lealtad por poder. Esa mezcla de ingenuidad y codicia permitió que los intereses foráneos se infiltraran una y otra vez en nuestras decisiones como nación.
Hoy, cuando se habla de soberanía, conviene recordar que la historia no solo la escriben los héroes, sino también los oportunistas.
Aquellos mercenarios del siglo XIX no son tan distintos de los que, en otros tiempos y con otros nombres, siguen comerciando con la patria.
Porque los verdaderos enemigos de México no siempre vienen del extranjero: a veces están dentro, disfrazados de aliados o defensores, ofreciendo su causa al mejor postor.











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