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¿Doble moral? "En Baja California aprueban ley Animal"

Producción o alimentación
Producción o alimentación

En Baja California, el Congreso local aprobó por unanimidad una reforma constitucional que reconoce a los animales como “seres sintientes” con derecho a un trato digno y respetuoso. El aplauso fue inmediato. La gobernadora Marina del Pilar Ávila se colgó la medalla de este logro en un discurso cuidadosamente emocional, asegurando que su administración está comprometida con el bienestar animal. Pero, ¿es realmente así?


Detrás del lenguaje noble y de los reflectores de esta reforma se esconde un fenómeno que ya se ha vuelto habitual en la política mexicana: el uso de causas legítimas para protagonismos personales y estrategias de imagen.


Porque no basta con decir que los animales tienen derechos, cuando al mismo tiempo se promueven políticas públicas que normalizan su explotación, consumo y maltrato sistemático.

La doble moral es evidente. El gobierno presume una reforma ética, mientras impulsa eventos con consumo de carne, apoya modelos agroindustriales intensivos, y mantiene silencio frente a la explotación animal en mercados, espectáculos y transporte. ¿Dónde está la coherencia?


Además, se omite reconocer el trabajo real de activistas, asociaciones civiles y rescatistas independientes que han dedicado años, incluso décadas, a esta lucha. ¿Por qué se borra del discurso oficial su esfuerzo? Porque en el juego político, el protagonismo siempre pesa más que la verdad.


La contradicción es profunda. Vivimos en un país donde más del 90% de la población consume productos de origen animal, y no se trata de juzgar eso, sino de señalar que si los liderazgos no son capaces de enfrentar la realidad con honestidad, y solo intentan endulzar el oído de ciertos sectores sociales, entonces no estamos frente a un acto de transformación, sino frente a un engaño.


La defensa animal no puede convertirse en una herramienta de campaña. No puede ser usada como telón para ocultar un escenario de justicia selectiva, mientras el olvido institucional y la incongruencia se mantienen intactas.


Porque si la política necesita fingir humanidad para mantenerse vigente, entonces estamos ante una hipocresía más peligrosa que cualquier error administrativo: la de creernos más éticos de lo que somos, sin querer cambiar en serio.


Reconocer a los animales como seres sintientes está bien. Pero sin políticas congruentes, presupuesto,  educación y diálogo abierto, solo estamos firmando una reforma simbólica para la vitrina. Y los animales no necesitan vitrinas. Necesitan voluntad.





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