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“Rebranding: el relanzamiento que revela el colapso de un sistema político”.

Relanzamiento del PAN
Relanzamiento del PAN

Relanzar un partido politico debería significar mucho más que presentar un nuevo logo, lanzar un eslogan inspirador o contratar una agencia de marketing político.


En México, demasiadas “reencarnaciones partidistas” han demostrado que el cambio cosmético no alcanza: las estructuras, las prácticas y las viejas lógicas de poder permanecen intactas.


El intento de renovación del PAN es una evidencia de su incapacidad para leer el nuevo contexto de la política nacional e internacional como resultados que espera la sociedad.


Y esa ceguera política tiene costos: estancamiento económico, erosión de la confianza ciudadana y un déficit de gobernabilidad que, como siempre, termina pagando la sociedad.


Un relanzamiento político auténtico exige tres elementos: diagnóstico honestidad, renovación del aparato y estrategia a largo plazo. 


Pero el modelo complaciente actual diagnostica el problema como una cuestión de imagen o comunicación, no como la pérdida de legitimidad derivada del clientelismo, las alianzas opacas o el amiguismo disfrazado de institucionalidad.


Lo que vimos fue un cambio superficial: se modifican logotipos, pero no se atiende lo esencial.


La estrategia cortoplacista, más que renovar, solo posterga el colapso.

El verdadero dilema que se oculta tras este rebranding es político y moral: ¿a quién sirven los partidos? Si la respuesta sigue siendo “a los intereses del poder”, entonces la política continuará siendo una maquinaria de reparto, pactos y privilegios.

 

Este fenómeno no es exclusivo del PAN, también es del PRI, Morena y Movimiento Ciudadano, entre otros.   Reproducen el mismo patrón: alianzas tácticas que esconden acuerdos, amiguismo administrativo y simulaciones de ruptura que en realidad garantizan continuidad.

 

La política mexicana se ha convertido en la administración de clientelas, sostenida por la falta de rendición de cuentas y por una opinión pública que, entre el desencanto y la polarización, termina aceptando el principio del “más vale malo conocido que bueno por conocer”.

 

Las consecuencias de este círculo vicioso están presente. Economía estancada,  seguridad debilitada y mala reputación internacional: los mercados observan las consistencia institucional; sin ella, la confianza se erosiona, suben los costos financieros y se pierden alianzas estratégicas.

 

Estos no son efectos teóricos: se traducen en empleos que no se crean, agricultores que no acceden  a mercados,  e incluso hasta la muerte de líderes sociales  y sobre todo de  ciudadanos que pagan más  impuestos por menos servicios.

 

La relación entre oficialismo y oposición también merece una lupa. Cuando un partido que debería ser contrapeso prefiere la comodidad de negociar acuerdos de facto, lo que se obtiene es corrupción.


Una oposición responsable no es la que grita más fuerte, sino la que propone políticas verificables, fiscaliza con independencia y se prepara para gobernar con capacidades técnicas.


Cuando un partido se dedica más a conservarse que a construir, deja de ser alternativa y se convierte en cómplice.


El ciudadano ya no busca eslóganes ni símbolos; exige coherencia estructural y liderazgo institucional.

Criterios mínimos que todo ciudadano observa para un relanzamiento político serio.

1.     Despolitizar lo técnico:  Profesionalizar el poder

2.     Transparencia epistémica.

3.     Rendición de cuentas como principio ontológico.

4.     Auditoría interna independiente. del poder desde el poder.

5.     Planificación verificable.


La regeneración política no se diseña solo con una agencia de marketing. Se construye con ética, competencia y rendición de cuentas.


Sin estos elementos, cualquier rebranding será puro maquillaje. Lo verdaderamente desafiante es devolver la política al interés público.

 

 

Más allá de la forma o la tipografía, el reto es cultural: ¿cómo reconectar la política con la sociedad?


Eso exige educación cívica, instituciones sólidas, prensa independiente y una ciudadanía activa que deje de normalizar los abusos del poder.

 

La apatía y la polarización son los mejores aliados de los que se niegan a soltar el control.

El relanzamiento que hoy presume “nueva imagen” solo será un acto más de esa función eterna llamada poder, a menos que surjan líderes dispuestos a perder privilegios, militancias que exijan estándares y una ciudadanía que no confunda mercadotecnia con proyecto.

 

Llamar a la ciudadanía a ser parte del relanzamiento mientras se rechaza la alianza es más que incoherencia cuando se busca la unidad en México.


Eso fue lo nos deja en el relanzamiento del PAN es el nuevo disfraz del colaboracionismo. Porque dividir la oposición en los hechos, es hacerle el trabajo sucio al poder.  


Así, el poder opositor se vuelve funcional al sistema que dice combatir.

 

Porque todo rebranding sin  una visión y misión estratégica  termina siendo eso: un intento desesperado de parecer distinto, sin dejar de ser lo mismo.

“Cómo diferenciar comunicación política de propaganda”

 

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