“El suicidio estratégico de México: el costo de una soberanía mal entendida”
- Armando Javier Garcia
- 16 ago
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En política exterior, los gestos pesan tanto como las palabras. La reciente gira de la presidenta en Chetumal, su encuentro con la gobernadora de Quintana Roo y posteriormente con el presidente de Guatemala, parecieron un acto diplomático de rutina. Sin embargo, el contexto lo cambia todo: apenas hace unos días, Washington señaló posibles sobornos y vínculos entre gobiernos de México y Guatemala con operaciones aéreas ligadas al narcotráfico, donde también se mencionó a Venezuela.
En ese escenario, la foto de México, buscando mayor cercanía con esos mismos actores, no proyecta fuerza ni independencia; proyecta aislamiento, un autobloqueo peligroso.
La narrativa de soberanía se convierte en un suicidio estratégico, porque mientras el gobierno insiste en desafiar a sus principales socios económicos bajo la bandera de la “dignidad nacional”, lo único que está logrando es erosionar la confianza internacional.
El costo no es menor. México depende en gran medida del comercio con Estados Unidos y Canadá. Su posición geográfica lo coloca como pieza clave y la integración productiva de América del Norte. Y, aun así, en lugar de aprovechar esa ventaja histórica, el gobierno mexicano prefiere enviar señales de distanciamiento y apostar por alianzas simbólicas con países debilitados y cuestionados.
La pregunta es ¿qué gana México con esta jugada? La respuesta podría ser incómoda: nada en términos estratégicos.
Al contrario, se encarece la inversión, se deteriora la competitividad y se alimenta la percepción de que México no es un socio confiable.
Pero la soberanía no se defiende aislándose ni repitiendo consignas ideológicas.
La soberanía se construye con instituciones sólidas, con crecimiento económico, con seguridad jurídica y con una diplomacia capaz de tender puentes, no de levantar muros invisibles.
El verdadero enemigo de México no es un país extranjero.
El verdadero enemigo es la miopía de quienes creen que defender la nación es cerrarse al mundo o imponer leyes autoritarias.
Y lo más grave es que esa ceguera no la paga el gobierno en turno, la pagan los ciudadanos, menos empleo, menos oportunidades y más incertidumbre.
México sigue la ruta de una encrucijada: seguir apostando a un discurso que suena heroico, pero que condena al país al rezago, o reconocer que el futuro no está en la confrontación ideológica, sino en la integración inteligente.
Si el rumbo no cambia, la soberanía será solo una bandera usada para justificar lo injustificable y el costo de un suicidio estratégico.
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