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“La brújula del voto, Parte I: entre la doctrina del poder y la manipulación de la conciencia”

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En tiempos donde la ética y la moral parecen moneda de cambio, México enfrenta una realidad incómoda: la corrupción se normaliza, el cinismo se institucionaliza y el encubrimiento se convierte en sello de poder.


Como en aquella melodía que decía “en Guanajuato, la vida no vale nada”, hoy podríamos decir que, en todo México, la verdad vale poco.


En  cada elección nos presentan  promesas envueltas en esperanza. Pero detrás del mensaje, hay señales que todo ciudadano debe aprender a leer antes de confiar su voto. 

No se trata de ideologías; se trata de observar lo que realmente hacen los protagonistas cuando las cámaras se apagan.


Recientemente, vemos  cómo se  intenta callar voces mediante la opacidad, intimidación o incluso violencia, justo cuando quienes deberían garantizar la seguridad fallan. 


Un caso que ilustra esta realidad sucedió en Salvatierra, Guanajuato: un vendedor de helado que denunciaba los baches, que motivaba a sus vecinos a participar, fue baleado. Todo por exponer públicamente una falla evidente del gobierno local. Un simple acto de participación ciudadana lo convirtió en blanco.


Lo mismo ocurre, con otras dimensiones, en Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo, donde un ciudadano, de nombre Juan Carlos Arana, ha denunciado un presunto intento de despojo orquestado desde el poder municipal. Su caso revela una constante en la vida pública mexicana: cuando el poder se siente intocable, convierte la justicia en un instrumento de intimidación.


Mientras el vendedor de helado fue silenciado por exigir servicios básicos, Arana enfrenta a funcionarios que, desde sus cargos, intentan apropiarse de lo que no les pertenece. Ambos ejemplos, distintos en contexto pero iguales en fondo, evidencian el deterioro de nuestra cultura democrática: la represión del ciudadano que se atreve a exigir.


Si algo debe quedar claro, es que callar, tener miedo o normalizar estas agresiones las hace aún más poderosas. En un país donde la autoridad utiliza el poder público como escudo personal, la participación ciudadana deja de ser un derecho y se convierte en un acto de valentía.


Por eso, más que nunca, la defensa de la verdad y la denuncia responsable deben asumirse como un compromiso colectivo.  No se trata de atacar a las instituciones, sino de recordarlas que su poder emana del pueblo, no de sus intereses.

 

La indiferencia es hermana de la apatía, y esta alimenta el abstencionismo. Pensar que los partidos políticos más fuertes son aquellos que tienen al país hecho pedazos —amenaza tras amenaza, mentira tras mentira— es caer en la ignorancia o en la trampa política de creer que la dominación es inevitable.


Quienes impulsan leyes como la llamada Ley Mordaza o la Ley de Expropiación, que en lugar de fortalecer los derechos humanos los vulneran, intentan hacernos creer que su control es sinónimo de fuerza. Pero aceptar esa narrativa es normalizar los males del sistema y ponerle candado a nuestra propia cadena.


Esto nos recuerda a Friedrich Nietzsche, cuando escribió que “el hombre es el único animal que debe ser domesticado.” El filósofo alemán evidenció que esas cadenas culturales y políticas —las del sometimiento y la obediencia disfrazadas de estabilidad— son las que la sociedad moderna aún no ha logrado romper. 

 

José Muñoz Cota, autor, maestro y figura pública mexicana, en su libro El hombre es su palabra, reflexiona:

“La política que no se expresa en acto es teatro inútil; la palabra sin cumplimiento se convierte en engaño para quienes creen en ella.”

Esta frase encierra una advertencia esencial: la política no son solo discursos y promesas, sino compromiso visible, demostrable, palpable. Cuando la palabra no se corona con el acto, pierde fuerza moral y deja de ser instrumento de transformación para volverse herramienta de engaño.


 Señales que todo ciudadano debe detectar

Aquí  te muestro algunas de las señales que señalan alerta antes de depositar un voto:

1.   Contradicciones sistemáticas entre lo que se dice y lo que se hace — discursos de austeridad que conviven con lujos institucionales; promesas de transparencia que se traducen en secretismo.

2.   Represión o intimidación hacia quienes demandan rendición de cuentas  ya sean ciudadanos, medios, activistas. Quejas por baches, servicios defectuosos o corrupción no deberían costar disparos, amenazas o represalias.

3.   Opacidad institucional — cuando archivos, datos, expedientes o decisiones públicas se vuelven inaccesibles a la ciudadanía, cuando la auditoría se vuelve simulación.

4.   Encubrimiento sistemático — autoridades que protegen a sus afiliados, funcionarios corruptos o redes clientelares, en lugar de investigarlas y sancionarlas.

5.   Premiar lealtades sobre capacidades e intereses colectivos — ver cómo se eligen candidatos o se hacen nombramientos, no por mérito.


Este México que se desmorona en el corazón con promesas vacías, necesita ciudadanos despiertos.


No se trata de abrazar  solo esperanzas, sino de construir una sociedad donde el acto valga más que la palabra, donde el reclamo colectivo tenga voz, y donde la participación no sea un privilegio, sino un deber.


El acto político más valiente no es votar por un color, sino hacerlo con conciencia.

Es exigir que cambien los patrones de impunidad y no permitir que el miedo, la indiferencia o la normalización sigan secuestrando nuestra dignidad, ni la del país que aún soñamos reconstruir.


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EL POCHITOQUE MAYOR
EL POCHITOQUE MAYOR
hace 4 días
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Excelente articulo

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