La OEA desenmascara la reforma judicial: No es una crítica. Es una alarma.
- Javier García
- 10 jun
- 2 Min. de lectura

El reciente dictamen preliminar de la Organización de los Estados Americanos (OEA) no es solo una advertencia técnica. Es una alarma que enciende las alarmas a nivel internacional, que desnuda el verdadero rostro de una reforma que, aunque presentada como "democrática", pone en riesgo la médula del Estado de derecho en México.
Que la OEA afirme que el proceso mexicano “no cumple con los estándares internacionales” en materia de imparcialidad, eficiencia y transparencia no es menor. Esta es una acusación directa, sólida y documentada, que de confirmarse en su informe final, dejaría a México en la lista negra de las democracias que simulan justicia.
Porque no nos engañemos: en el fondo es una captura política del sistema judicial. Es sembrar partidismo donde debe haber imparcialidad. Es transformar la toga en propaganda.
¿Dónde está el verdadero peligro? En la doble moral de quienes aplauden este mecanismo como sin entender —o sin querer entender— que no hay democracia sin división de poderes, y no hay justicia sin independencia.
Mientras tanto, una parte de la ciudadanía sigue defendiendo ciegamente al oficialismo, convencida de que toda crítica es traición y que toda advertencia internacional es un ataque a la soberanía.
Ese nacionalismo mal entendido nos puede costar muy caro. Si la OEA confirma que México violó protocolos internacionales, vendrán repercusiones. Las sanciones no impactan a los funcionarios que promueven estas reformas, sino directamente a los ciudadanos, además: caída en la confianza inversora, cancelación de acuerdos, y afectación directa a tratados de cooperación jurídica y comercial. En resumen, perdemos todos.
Y en esa caída, la narrativa de “nos quieren atacar desde fuera” será reciclada como excusa para continuar desmantelando los contrapesos, desacreditando organismos internacionales y cerrando espacios al disenso.
Hay un libreto bien orquestado que le ha funcionado a este gobierno: convertir al adversario en enemigo, al observador en invasor y a la crítica en traición. Ese es el manual de todo gobierno que pretende aferrarse al poder debilitando las instituciones desde dentro, con el aplauso de sus fieles y la apatía de los demás.
El problema no es elegir más, es elegir mal. La voz de la OEA debe escucharse. No es una intromisión: es un espejo. Lo peligroso no es lo que nos dicen, sino lo que nos negamos a ver.
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