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El Escudo Nacional: mito, identidad y soberanía (3ª parte)

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Por: José Luis Jaramillo Vela


En el corazón de nuestra Bandera y en el centro de cada moneda palpita un símbolo que ha acompañado a México desde sus orígenes: el Escudo Nacional. No es solo un emblema; es un relato vivo que une mito, historia e identidad.


El águila sobre el nopal devorando a la serpiente remite al mito fundacional mexica: la señal divina que guió a los antiguos hacia el lago de Texcoco, donde levantarían Tenochtitlán. Ese relato mítico trascendió la caída de los imperios y la conquista, hasta convertirse en la raíz simbólica de la nación moderna.


Tras la conquista, la corona española intentó borrar símbolos indígenas para imponer los propios. Sin embargo, la imagen del águila sobrevivió en códices, relatos y en la memoria colectiva. Fue hasta la Independencia que resurgió con fuerza. La Bandera de Iturbide retomó al águila, aunque coronada, en consonancia con el Imperio que nacía.


Con la llegada de la República, desapareció la corona y el escudo comenzó a adquirir su carácter cívico. La serpiente se mantuvo como elemento central, aunque las interpretaciones variaban: ¿símbolo del mal vencido?, ¿del equilibrio entre fuerzas? Lo cierto es que la unión del águila, el nopal y la serpiente se consolidó como una metáfora de México mismo: un pueblo forjado entre adversidades, enraizado en su tierra y resistente al paso del tiempo.


Cada régimen imprimió su huella en el escudo. Durante el Segundo Imperio de Maximiliano, se le añadieron elementos europeos como coronas y ornamentos heráldicos. Tras la Restauración de la República, Juárez y los liberales devolvieron sobriedad al símbolo, reafirmando su raíz popular.


En el Porfiriato, el diseño adquirió formas afrancesadas, más estilizadas. Con la Revolución, se recuperó el espíritu nacionalista, y ya en el siglo XX, presidentes como Venustiano Carranza, Lázaro Cárdenas y Gustavo Díaz Ordaz ajustaron su diseño hasta consolidar la versión oficial vigente de 1968: un escudo solemne, sobrio y profundamente identitario.


Hoy el Escudo Nacional no es un adorno: aparece en documentos oficiales, en uniformes, en aulas, en tribunales, en billetes y monedas. Está presente en momentos solemnes y en los cotidianos. Cada vez que lo vemos, recordamos que no hay soberanía sin identidad, ni identidad sin memoria.


El águila que devora la serpiente nos recuerda que México es un país que se levanta frente a la adversidad, que se fortalece en su raíz indígena y que se reinventa con cada generación. Conocer la historia de nuestro Escudo no es un lujo académico: es un acto de verdadero nacionalismo.


En tiempos donde la política parece reducirse a discursos pasajeros, el Escudo nos invita a mirar más allá de los liderazgos y a volver a lo esencial: la identidad compartida que nos une como nación.Porque el verdadero nacionalismo no se grita en campañas: se cultiva conociendo la historia. Y sin conocimiento, no hay soberanía.


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