El Himno Nacional: Poesía y Música que Forjaron la Nación
- José Luis Jaramillo Vela
- 13 sept
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Por: José Luis Jaramillo Vela
En cada patria hay símbolos que unen y dan identidad. México tiene tres: el Escudo, la Bandera y el Himno Nacional. Este último, compuesto por versos vibrantes y música solemne, no nació de inmediato: fue el fruto de un camino lleno de intentos fallidos, olvidos y rivalidades políticas.
Tras consumarse la Independencia en 1821, surgió la pregunta: ¿qué canto debía unir a los mexicanos? Se probó con himnos improvisados. José Torrescano escribió uno en 1821 para Iturbide, pero pronto cayó en el olvido al desplomarse el Imperio. Vicente Rocafuerte hizo otro, cargado de exaltación, que tampoco sobrevivió al tiempo.
En 1828, Lorenzo de Zavala convocó a un concurso nacional para dar voz musical a la República. Francisco Manuel Sánchez de Tagle compuso la letra y José María Bustamante la música. Se estrenó con entusiasmo, pero la inestabilidad política lo condenó al olvido.
Vendrían más intentos. Eulalio María Ortega, Octaviano Valdés, Bernardo Couto, todos con piezas que se escucharon brevemente y desaparecieron, arrastrados por la marea de golpes de Estado y guerras civiles.
En 1853, Antonio López de Santa Anna buscó dar permanencia a un himno. Convocó a un concurso nacional para elegir letra y música. El poema ganador fue de Francisco González Bocanegra, un joven potosino que al inicio se resistió a participar, hasta que su prometida lo encerró en un cuarto con candado hasta que terminara los versos. La música elegida fue la de Jaime Nunó, un catalán recién llegado a México, amigo de Santa Anna.
El Himno fue estrenado el 15 de septiembre de 1854 en el Teatro Santa Anna, con pompa y solemnidad. Paradójicamente, al caer el régimen santannista, el Himno sobrevivió, aunque se le hicieron adaptaciones posteriores para ajustarlo a la República.
El himno no se libró de la política. Algunos versos que exaltaban a Santa Anna fueron retirados; otros cayeron en desuso. Pero el núcleo épico y patriótico de Bocanegra y Nunó prevaleció. En 1943, Manuel Ávila Camacho decretó su versión oficial, la que hoy cantamos.
El Himno Nacional Mexicano no es un canto perfecto ni inmutable. Es el resultado de la perseverancia de un pueblo que buscaba identidad en medio del caos. Es poesía hecha trinchera, música convertida en bandera.
Cada vez que lo entonamos, no solo recordamos a los héroes de la patria, sino también a los hombres y mujeres anónimos que, con voz y sacrificio, ayudaron a construir a México.
Que suene en nuestras escuelas, estadios y plazas, no como rutina, sino como memoria viva de que esta nación, entre derrotas y victorias, supo encontrar su voz.
¡¡Viva México!!